viernes, 17 de marzo de 2017
HABILIDADES DE COMUNICACIÓN
La comunicación verbal y no verbal entre cliente y terapeuta es una parte fundamental del proceso terapéutico. Este se resentirá más o menos gravemente si el terapeuta no escucha o no muestra que escucha, se expresa de modo poco claro o ambiguo, es poco específico en sus intervenciones verbales, carece de fluidez verbal, emplea un lenguaje poco adaptado al cliente, es excesivamente prolijo o conciso, no enfatiza las ideas importantes, no capta o no interpreta correctamente la comunicación no verbal del paciente o no sabe adecuar su comunicación no verbal al cliente y a la situación. En este apartado consideraremos varios tipos de competencias: de escucha, de acción y de entrevistador.
HABILIDADES DE ESCUCHA
Escuchar implica atender a lo que el cliente comunica, procesar los datos atendidos y emitir respuestas de escucha verbales y no verbales. Muchas de estas respuestas son simples (mirada amigable, asentimientos de cabeza, inclinación y orientación corporal hacia el cliente, expresión facial de interés y comentarios del tipo “ya veo”, “sí”, “entiendo”, “uhm”), mientras que otras son más complejas. Entre estas últimas, Cormier y Cormier (1991/1994) han distinguido las cuatro siguientes: clarificación, paráfrasis, reflejo y síntesis, las cuales se explican a continuación. Más información y ejercicios al respecto pueden encontrarse en Fernández y Rodríguez (2002a, 2002b).
Clarificación
Consiste en pedir al cliente que aclare el significado de un mensaje vago, ambiguo o implícito. Esto suele hacerse mediante cierto tipo de preguntas (“¿qué quiere decir cuando...?”, “¿puede aclarar qué...?”, “¿a qué se refiere con…?”) o bien pidiendo al cliente que explique lo mismo con otras palabras, que dé más detalles o que ponga algún ejemplo. A veces, se emplean preguntas de comprobación (“¿quiere decir que...?” o “¿está diciendo que...?”) cuando se quiere verificar que se ha comprendido bien el mensaje del paciente. Un ejemplo de clarificación sería el siguiente:
P: Tengo miedo de perder el control (durante un ataque de pánico). T: ¿Qué quiere decir con “perder el control”? P: Bueno, que me pondré a gritar y a correr, y toda la gente se dará cuenta y quedaré en ridículo.
Muchos términos y expresiones del lenguaje son ambiguos y es peligroso asumir que significan lo mismo para el paciente que para el terapeuta. Tampoco conviene permitir que el cliente soslaye información con expresiones como “ya sabe lo que quiero decir”, “usted ya me entiende”, etc.; puede responderse: “No, la verdad es que no acabo de entender lo que quiere decir; ¿puede ponerme un ejemplo?”. Si una persona no clarifica lo que quiere decir, puede solicitarse una nueva aclaración y emplear, si es preciso, preguntas cerradas para concretar el posible significado de la información. Si un cliente muestra renuencia a clarificar algo, puede restársele dramatismo al tema (p.ej., haciendo referencia a lo que otras personas con problemas similares comentan) o posponer el abordaje del mismo.
Paráfrasis
En concreto, la paráfrasis consiste en recapitular con otras palabras o expresar resumida y organizadamente el contenido principal del mensaje del cliente. No es conveniente emplear las mismas palabras de este ni repetirlo todo, sino expresar de un modo claro con las propias palabras las ideas clave del paciente cuando se considere oportuno hacerlo. Veamos dos ejemplos:
P: Sé que estar sentada o permanecer en la cama todo el día no favorece mi depresión. T: Ya sabes que estar sentada o en la cama no te es de ayuda (Mala paráfrasis, ya que implica una cierta recriminación). T: Te has llegado a dar cuenta de que salir y hacer cosas te ayudará a reducir tus sentimientos depresivos (Paráfrasis más eficaz que persigue reforzar la comprensión alcanzada por el cliente y animarle a profundizar en el mensaje expresado.)
P: ¿Cómo voy a decirle a mi marido que quiero divorciarme? No sé cómo se lo va a tomar y puede pensar que estoy loca. Tengo miedo de decírselo. T: Parece que, debido a las posibles reacciones de tu marido, no has encontrado el modo de decirle que quieres poner fin a vuestra relación. (Quizá, como alternativa a la paráfrasis o como complemento de la misma, podría preguntarse a la cliente qué es lo que teme que pase exactamente si se lo dice a su marido.)
La paráfrasis puede emplearse con diversos propósitos: a) comunicar al cliente que se ha comprendido su mensaje y permitirle expresar su posible desacuerdo sobre lo que se le dice; b) reforzar ideas expresadas por el cliente; c) animarle a profundizar en ciertas ideas o pensamientos o a centrarse en determinada situación, suceso o conducta; d) clarificar la esencia de un problema y ayudar así a tomar decisiones; y e) enfatizar el contenido cuando se considera prematuro o contraproducente centrarse en los sentimientos. Sin embargo, un uso excesivo puede dar la impresión al paciente de que el terapeuta no aporta nada a lo que él está contando. Fernández y Rodríguez (2002a, págs. 68-70, 99-107) presentan varios ejercicios de paráfrasis.
Reflejo
El reflejo implica la expresión por parte del terapeuta de los sentimientos del cliente, tanto de los explícitos como de los implícitos. Estos últimos son inferidos a partir de expresiones previas del paciente, comportamiento no verbal de este y/o conocimiento que se tiene del cliente o de la situación referida. En otras palabras, a través del reflejo, el terapeuta expresa, cuando lo considera oportuno, la parte afectiva del mensaje del cliente junto con el contexto o situación a que se refieren los sentimientos. El reflejo no excluye el uso de la paráfrasis (de hecho, suele incluirla), pero implica siempre la repetición de un componente emocional.
COMPETENCIAS DE ACCIÓN
A diferencia de las respuestas de escucha, las respuestas de acción reflejan un estilo más directivo por parte del terapeuta y van dirigidas a facilitar el cambio por parte de los clientes. Para que sean efectivas, deben estar fundamentadas en la escucha previa del cliente. Cormier y Cormier (1991/1994) han distinguido cuatro respuestas principales de acción que se explican a continuación: preguntas, confrontación, interpretación e información. Más información y ejercicios al respecto pueden encontrarse en Fernández y Rodríguez (2002a, 2002b).
Preguntas
Las preguntas pueden hacerse con distintos propósitos, aparte del de clarificación ya comentado anteriormente. Por una parte, las preguntas pueden emplearse con fines de evaluación para solicitar nueva información sobre los problemas y características del cliente o sobre factores relacionados con dichos problemas. Por otra parte, y con una finalidad de cambio terapéutico, pueden hacerse preguntas para hacer reflexionar al paciente sobre algún aspecto o facilitarle la consideración de nuevas perspectivas sobre sus problemas o para que cambie sus comportamientos.
Las preguntas pueden ser abiertas o cerradas. Las preguntas abiertas solicitan información amplia sobre un tema –no reducible a un “sí” o “no” o a un dato concreto– y muchas suelen empezar por “qué”, “cuál”, “cuándo”, “dónde” y “cómo”. Son útiles para iniciar la entrevista, introducir nuevos temas, lograr mayor información, solicitar ejemplos específicos y motivar al cliente a comunicarse. Ejemplos de preguntas abiertas son: “¿en qué otras situaciones aparece este miedo?, ¿qué cosas hacen que este miedo se agrave?, ¿cómo se las arregla usted para manejar este miedo cuando no puede evitar la situación?, ¿a qué cree usted que se debe que se sienta de este modo?”. Las preguntas pueden hacerse también de forma no directamente interrogativa: “Cuénteme algo más sobre esto”, “me gustaría que me hablara más extensamente sobre este tema”. Fernández y Rodríguez (2002a, págs. 80-84) presentan varios ejercicios de preguntas abiertas.
Confrontación
La confrontación consiste en que el terapeuta describa específicamente (y no en términos vagos) al cliente una posible discrepancia entre dos de sus mensajes verbales, su comunicación verbal y no verbal, lo que dice y lo que hace o lo que dice el cliente y lo que afirman otras personas. Posibles finalidades de la confrontación son aclarar posible discrepancias que se consideren importantes y ayudar al cliente a ser más consciente de las mismas, explorarlas y resolverlas. A continuación se presentan varios ejemplos de discrepancias y confrontaciones. Asimismo, Fernández y Rodríguez (2002a, págs. 108-110) presentan varios ejercicios de confrontación.
- Dos mensajes verbales. En la misma o distintas sesiones el cliente dice por un lado que adora a sus hijos y por otro que no los tendría si volviera a comenzar de nuevo. Terapeuta: “Dices que adoras a tus hijos y al mismo tiempo afirmas que no volverías a tenerlos. ¿Puedes decirme algo más sobre esto?”.
- Comunicación verbal y no verbal. El cliente dice que no le importa lo que haga uno de sus hijos con su vida, pero al mismo tiempo se pone tenso y se retuerce las manos. Terapeuta: “Dices que no te importa lo que haga tu hijo, pero al decir esto te has puesto tenso y has retorcido tus manos. ¿Qué te hace pensar esto?”.
- Mensaje verbal y acción. El cliente dice que es crucial plantearle ya a su pareja su insatisfacción con la relación, pero al cabo de dos semanas todavía no lo ha hecho. Terapeuta: “Planteaste que debías comunicar a tu pareja lo insatisfecho que estás con vuestra relación y todavía no lo has hecho. Podríamos explorar este punto”.
- Mensaje verbal propio y de otro. Un cliente deprimido dice que se levanta cada mañana a las 9 tal como se había acordado, pero al hablar por teléfono con su pareja (con el permiso del cliente), esta dice que no se levanta antes de las 12. Terapeuta: “Como usted ya sabe, hablé por teléfono con su mujer; ella me dijo que usted se queda en la cama hasta las 12 mientras que yo le entendí a usted que se levantaba a las 9. Me gustaría que me dijera algo sobre esto”.
Al formular una confrontación suele ser preferible evitar términos como “pero” o “sin embargo”. En su lugar puede emplearse la conjunción “y” o expresiones del tipo: “por un lado…; por otro…”, “por una parte…; al mismo tiempo…”. Así, la frase anterior “Dices que no te importa lo que haga tu hijo, pero al decir esto te has puesto tenso y has retorcido tus manos” podría formularse de este otro modo: “Por un lado dices que no te importa lo que haga tu hijo; por otro, te has puesto tenso y has retorcido tus manos al decir esto”. Por otra parte, conviene añadir al final de la formulación algún tipo de pregunta para facilitar que el cliente se centre en la discrepancia señalada y responda a la misma. Posibles preguntas son: “¿qué te parece esto?”, “¿cómo relacionas estas dos cosas?”, “me gustaría que me dijera algo sobre esto”.
El terapeuta debe ser consciente de sus propios motivos para emplear la confrontación. Esta debe ser utilizada con las finalidades arriba señaladas y no para expresar frustración, rabia o cualquier otra emoción negativa hacia el cliente. La confrontación ha de hacerse con tacto, de modo que el cliente perciba interés y no ataque o inculpación. Por ejemplo: “según me ha contado usted ahora,...; por otra parte, el otro día me había comentado que...”; sería un error decir algo así como: ¿puede explicarme por qué ahora me dice... mientras que el otro día comentó que...?”. Para evitar la culpabilización, es útil considerar a la incongruencia, y no al cliente, como el problema. Tras la confrontación, hay que dejar al cliente tiempo suficiente para responder y analizar sus reacciones, por lo que no conviene plantearla hacia el final de la sesión.
Interpretación
Consiste en comunicar al cliente las posibles relaciones entre sus conductas, emociones, pensamientos y acontecimientos con el fin de proporcionar una explicación a sus problemas y comportamientos. De este modo, se persigue que el paciente tenga una nueva perspectiva sobre sus problemas que le sirva de ayuda para cambiar. Posibles ejemplos son: a) explicar los síntomas cardíacos durante la ansiedad no como un síntoma de mal funcionamiento del corazón, sino como resultado de la hipervigilancia de las sensaciones cardíacas y de la anticipación ansiosa; b) indicar cómo las conductas defensivas (p.ej., no mirar al otro, responder brevemente) ayudan a mantener la ansiedad social; c) indicar que la falta de relaciones íntimas con otras personas pueden implicar un miedo a ser herido y humillado; d) señalar las creencias que parecen subyacer a los comentarios y acciones del cliente. Naturalmente, la naturaleza de las interpretaciones depende de la orientación teórica del terapeuta.
Fernández y Rodríguez (2002a, pág. 49) presentan otro ejemplo: “Es como si de algún modo hubiera quedado arraigado en su mente una idea que viene a ser más o menos „si me porto bien, me querrán‟. Por eso, si le parece que alguien no la quiere, empieza a preguntarse qué es lo que ha hecho mal y se siente culpable y triste…Además, se deja maltratar porque le parece que se lo merece…”. Estos autores proporcionan un segundo ejemplo (págs. 49-50) para el que ofrecen una paráfrasis, un reflejo y una interpretación:
“Un varón de 35 años en psicoterapia por un cuadro de ansiedad había crecido con su padre que siempre se mostró muy orgulloso de él, pero que le exigía en cualquier momento que se mostrara muy fuerte. En una entrevista que se produce después de un cambio de cita para el que el paciente aceptó una fecha que luego hubo de cambiar por teléfono, porque coincidía con un viaje de su trabajo, contó que la semana anterior había aceptado que su jefe le asignara a él solo un proyecto que no estaba siendo capaz de sacar adelante un equipo de dos personas y que la había pasado prácticamente sin dormir. Llegó a la entrevista extenuado porque el fin de semana, que estaba agotado, su suegra le pidió que le arreglara el jardín e invirtió en ello todo el día.”
P: “¡Ahora estoy hecho un trapo, meteré la pata en el trabajo y me echarán una bronca y tendrán razón! Pero no fui capaz de decir que lo dejaba para otro fin de semana…” T: (Paráfrasis). “Aunque sabía lo que se le venía encima, lo hizo porque no pudo soportar la idea de defraudar a su suegra.”
T: (Reflejo). “Está furioso consigo mismo porque, aunque sabía lo que le venía encima, lo hizo porque no podía soportar la idea de defraudar a su suegra.”
T: (Interpretación). “Está furioso consigo mismo porque, aunque sabía lo que le venía encima, lo hizo porque no podía soportar la idea de defraudar a su suegra. Quizás lo que sucedió tiene que ver con otras situaciones de las que hemos hablado aquí. Como si fuera algo que se repitiera en su vida. En situaciones en las que tiene que pedir o negar algo a alguien que considera de algún modo por encima de usted, por temor a que la expresión de debilidad que supondría tener que pedir ayuda o no sentirse capaz de algo le haga desmerecer a sus ojos, se calla y actúa como si no necesitara nada y fuera capaz de cualquier cosa, aunque desfallezca en el intento. [Esta expresión es muy larga y compleja.] Hemos visto que esto es lo que le llevó a actuar como lo hizo con su jefe la semana pasada y con su suegra el domingo. Es también lo que hizo que se comportara como lo hizo conmigo cuando tratamos de su cambio de cita. Y básicamente es el mismo esquema que funcionaba con su padre cuando tenía que aguantar la marcha con los pies destrozados por temor a que le repitiera que quejarse no era de hombres y que no volvería a salir con usted.”
El resultado de las interpretaciones se ve afectado al menos por tres aspectos de las mismas. En primer lugar, las interpretaciones poco profundas –en el sentido de que existe poca discrepancia entre la perspectiva del cliente y la del terapeuta– generan menos resistencia; cuando la discrepancia es grande, la aceptación es menor. Segundo, las interpretaciones centradas en causas que puede controlar el cliente son más eficaces que aquellas centradas en causas que no puede cambiar. Por último, las interpretaciones con connotación positiva funcionan mejor que aquellas con connotación negativa. Un ejemplo de la primera sería: “Dices que te da miedo decidir por ti mismo; esto no es extraño dado que no estás acostumbrado a hacerlo. Pero el hecho de que ahora te des cuenta de esto, es un primer paso importante que te servirá de ayuda para cambiar”. Un ejemplo de la segunda podría ser: “Dices que te da miedo decidir por ti mismo; ¿acaso deseas seguir apoyándote siempre en los demás?”.
Segura (1985) ha ofrecido las siguientes pautas para facilitar el acuerdo del cliente con las hipótesis explicativas y el plan de intervención:
- Mostrar una actitud amistosa y empática. - Evitar la jerga profesional al hablar. - Enfatizar el carácter de diálogo y acuerdo y, por tanto, alentar las preguntas del cliente y escuchar y respetar sus críticas y objeciones. - Presentar las explicaciones sobre el problema y el plan terapéutico como hipótesis a comprobar en vez de como verdades a creer. - Ofrecer razones convincentes de la propia posición. - Ofrecer información de experiencias similares a las del cliente, ya sea de uno mismo o de otras personas. - En cualquier caso, no adoptar una postura de antagonismo o polémica, sino partir inicialmente de la perspectiva del cliente e ir buscando poco a poco (a través del análisis lógico, la prueba de la realidad y el aporte de información) un nuevo marco de referencia más adecuado para comprender y solucionar sus problemas.
Las reacciones del cliente a la interpretación pueden ser mayor comprensión de sus problemas (inmediata o mediata) y facilitación del cambio conductual, pero también resistencia, menor comunicación y hostilidad. Cuando el paciente parece estar de acuerdo con el terapeuta, una posibilidad que conviene tener en cuenta es que lo haga sólo para agradarle o para no enfrentarse a él. Por otra parte, ante reacciones defensivas y/u hostiles, es aconsejable primero que el terapeuta reconsidere los datos favorables a la interpretación. Si esta parece correcta, puede ser aparcada temporalmente y repetida total o parcialmente más adelante buscando el momento adecuado y formulándola de diferente forma (quizá más suavemente y/o con el empleo de alguna metáfora) y con pruebas adicionales. Fernández y Rodríguez (2002a, págs. 93-107) presentan varios ejercicios de interpretación.
Información
La información consiste en la comunicación de datos o hechos sobre aspectos que supuestamente desconoce el cliente (experiencias, sucesos, personas, alternativas de respuesta, etc.). Ejemplos son informar sobre medios anticonceptivos, indicar los factores de riesgo para las cardiopatías, señalar a una persona casada y con hijos pequeños que pretende abandonar su casa qué repercusiones legales puede tener esto y de qué otras alternativas dispone o describir a una bulímica los riesgos de vomitar y abusar de diuréticos. Dar información es útil para ayudar al cliente a corregir errores o deshacer mitos, identificar alternativas de respuesta, ser consciente de las consecuencias de sus decisiones y examinar aspectos que ha estado evitando. Fernández y Rodríguez (2002a, págs. 111-117) presentan varios ejercicios de información.
Informar no es lo mismo que aconsejar. Esto último implica recomendar o prescribir una pauta de acción para que el cliente la siga (p.ej., “tienes que abandonar a este marido con el que no eres feliz”). En cambio, al informar, se presentan simplemente aspectos relevantes a la cuestión de que se trata, pero se espera que sea el cliente quién decida lo que va a hacer (p.ej., se puede ayudar al cliente a descubrir qué opciones tiene para manejar la situación de pareja que le hace sentir tan infeliz y las ventajas e inconvenientes de cada una de ellas”).
OTRAS PAUTAS PARA POTENCIAR LA RELACIÓN TERAPÉUTICA
Wolberg (1967, citado en Goldstein y Myers, 1986) ofrece una serie de guías y aconseja que el terapeuta evite lo siguiente: exclamaciones de sorpresa negativa, expresiones de excesiva preocupación, juicios moralistas, manifestaciones de impaciencia, falsas promesas, discusiones políticas o religiosas, afirmaciones dogmáticas, manifestaciones de intolerancia, tranquilizaciones innecesarias, disputas o polémicas con el cliente, agobiar al cliente con sus propias dificultades, quitar importancia a los aspectos positivos del cliente, culpar al cliente por sus fallos, explorar material traumático cuando existe una gran resistencia, hacer interpretaciones profundas prematuras y criticar, amenazar, ridiculizar o rechazar al cliente.
Ackerman y Hilsenroth (2001) revisaron diversos estudios empíricos que pusieron de manifiesto que la relación terapéutica se vio negativamente afectada en aquellos casos en que el terapeuta se mostró rígido, tenso, cansado, aburrido, defensivo, crítico, culpabilizador, distante o distraído. También tuvo un impacto negativo no estructurar las sesiones o estructurarlas en exceso, realizar interpretaciones inflexibles, hacer autorrevelaciones sobre conflictos personales (no resueltos), pasar por alto las manifestaciones de resistencia del cliente (p.ej., comentarios de descontento o desacuerdo), conceder poca importancia a los temas que interesan al cliente y usar inapropiadamente los silencios.
Asimismo, se aconseja mantener una mentalidad abierta, incluso hacia las actitudes irracionales, respetar el derecho del cliente a expresar valores y preferencias diferentes de los del terapeuta y hacer comentarios amables o comprensivos cuando esté indicado. Ejemplos de respuestas del terapeuta cumpliendo e incumpliendo estas guías pueden verse en Goldstein (1980/1987, págs. 68-74; véase también Goldstein y Myers, 1986, págs. 54-60).
El humor es también una habilidad importante. Las personas con sentido del humor reaccionan mejor ante situaciones estresantes y manejan más eficazmente sentimientos negativos como la tristeza, malestar e ira. La idea es que el terapeuta sea capaz de no tomarse demasiado en serio, ni a sí mismo ni a las cosas. El humor puede conseguirse mediante ironía, bromas suaves, anécdotas, juegos de palabras, etc. Lo mejor es el humor espontáneo, aquel que se deriva de algo que se ha dicho o de algo que ha ocurrido en la situación.
En referencia al sexo, edad y etnia del terapeuta, casi no se han llevado a cabo estudios controlados. El sexo del terapeuta no parece ser una variable relevante en general en cuanto a los resultados del tratamiento. De todos modos, hay datos de que pueden obtenerse mejores resultados cuando terapeuta y cliente son del mismo sexo; quizá esta similitud sea más importante en determinados problemas (ansiedad heterosocial, baja asertividad, disfunciones y desviaciones sexuales, violación, violencia doméstica). Finalmente, hay algunos estudios en que los terapeutas femeninos han sido más eficaces que los masculinos. Para una revisión, véase Bowman (1993).
La edad del terapeuta no parece estar relacionada con los resultados de la terapia. La similitud de edad entre terapeuta y cliente ha correlacionado débilmente con los resultados del tratamiento en algunos estudios, pero, en general, la diferencia de edad entre terapeuta y cliente no es una variable importante. De todos modos, los terapeutas muy jóvenes pueden ser percibidos como más inexpertos, lo que puede afectar negativamente a la credibilidad que inspiran; en este caso, deben procurar aumentar su credibilidad basándose en aquellos aspectos que pueden controlar (p.ej., competencia, sinceridad, cordialidad, dinamismo).
Finalmente, en estudios norteamericanos no parece que los resultados de la terapia dependan de la etnia del terapeuta o de la similitud étnica entre terapeuta y cliente. Sin embargo, el porcentaje de abandonos del tratamiento es mayor cuando terapeuta y paciente pertenecen a etnias diferentes.
Wolberg (1967, citado en Goldstein y Myers, 1986) ofrece una serie de guías y aconseja que el terapeuta evite lo siguiente: exclamaciones de sorpresa negativa, expresiones de excesiva preocupación, juicios moralistas, manifestaciones de impaciencia, falsas promesas, discusiones políticas o religiosas, afirmaciones dogmáticas, manifestaciones de intolerancia, tranquilizaciones innecesarias, disputas o polémicas con el cliente, agobiar al cliente con sus propias dificultades, quitar importancia a los aspectos positivos del cliente, culpar al cliente por sus fallos, explorar material traumático cuando existe una gran resistencia, hacer interpretaciones profundas prematuras y criticar, amenazar, ridiculizar o rechazar al cliente.
Ackerman y Hilsenroth (2001) revisaron diversos estudios empíricos que pusieron de manifiesto que la relación terapéutica se vio negativamente afectada en aquellos casos en que el terapeuta se mostró rígido, tenso, cansado, aburrido, defensivo, crítico, culpabilizador, distante o distraído. También tuvo un impacto negativo no estructurar las sesiones o estructurarlas en exceso, realizar interpretaciones inflexibles, hacer autorrevelaciones sobre conflictos personales (no resueltos), pasar por alto las manifestaciones de resistencia del cliente (p.ej., comentarios de descontento o desacuerdo), conceder poca importancia a los temas que interesan al cliente y usar inapropiadamente los silencios.
Asimismo, se aconseja mantener una mentalidad abierta, incluso hacia las actitudes irracionales, respetar el derecho del cliente a expresar valores y preferencias diferentes de los del terapeuta y hacer comentarios amables o comprensivos cuando esté indicado. Ejemplos de respuestas del terapeuta cumpliendo e incumpliendo estas guías pueden verse en Goldstein (1980/1987, págs. 68-74; véase también Goldstein y Myers, 1986, págs. 54-60).
El humor es también una habilidad importante. Las personas con sentido del humor reaccionan mejor ante situaciones estresantes y manejan más eficazmente sentimientos negativos como la tristeza, malestar e ira. La idea es que el terapeuta sea capaz de no tomarse demasiado en serio, ni a sí mismo ni a las cosas. El humor puede conseguirse mediante ironía, bromas suaves, anécdotas, juegos de palabras, etc. Lo mejor es el humor espontáneo, aquel que se deriva de algo que se ha dicho o de algo que ha ocurrido en la situación.
En referencia al sexo, edad y etnia del terapeuta, casi no se han llevado a cabo estudios controlados. El sexo del terapeuta no parece ser una variable relevante en general en cuanto a los resultados del tratamiento. De todos modos, hay datos de que pueden obtenerse mejores resultados cuando terapeuta y cliente son del mismo sexo; quizá esta similitud sea más importante en determinados problemas (ansiedad heterosocial, baja asertividad, disfunciones y desviaciones sexuales, violación, violencia doméstica). Finalmente, hay algunos estudios en que los terapeutas femeninos han sido más eficaces que los masculinos. Para una revisión, véase Bowman (1993).
La edad del terapeuta no parece estar relacionada con los resultados de la terapia. La similitud de edad entre terapeuta y cliente ha correlacionado débilmente con los resultados del tratamiento en algunos estudios, pero, en general, la diferencia de edad entre terapeuta y cliente no es una variable importante. De todos modos, los terapeutas muy jóvenes pueden ser percibidos como más inexpertos, lo que puede afectar negativamente a la credibilidad que inspiran; en este caso, deben procurar aumentar su credibilidad basándose en aquellos aspectos que pueden controlar (p.ej., competencia, sinceridad, cordialidad, dinamismo).
Finalmente, en estudios norteamericanos no parece que los resultados de la terapia dependan de la etnia del terapeuta o de la similitud étnica entre terapeuta y cliente. Sin embargo, el porcentaje de abandonos del tratamiento es mayor cuando terapeuta y paciente pertenecen a etnias diferentes.
CARACTERÍSTICAS DEL TERAPEUTA QUE FAVORECEN LA RELACIÓN
Se considerarán en este apartado otras características del terapeuta que favorecen la relación terapéutica: cordialidad, competencia, confianza, atracción y grado de directividad.
CORDIALIDAD
La cordialidad implica expresar verbal y no verbalmente interés y aprecio por el cliente y, cuando es oportuno, ánimo y aprobación. Conductas no verbales que contribuyen a la cordialidad son el contacto visual, las sonrisas, la expresión facial de interés, los asentimientos de cabeza, la voz suave y modulada, la postura relajada, la inclinación corporal hacia la otra persona, proximidad física y, según los casos, un grado discreto de contacto físico (p.ej., mano sobre brazo).
El contacto físico puede ser muy útil en momentos de estrés emocional, pero puede ser malinterpretado por los clientes. De aquí que, antes de usarlo, un terapeuta debe plantearse si va a ser para el beneficio del cliente o el suyo propio, si el nivel de confianza que tiene con el cliente lo aconseja y cómo va a percibir el cliente el contacto físico (¿como muestra de apoyo, como signo sexual o como algo incómodo o aversivo?). Es fundamental tener en cuenta que el comportamiento no verbal del terapeuta debe estar en consonancia con el clima de la terapia y el contexto de lo que está ocurriendo entre terapeuta y cliente; así, una sonrisa indica proximidad con un paciente que cuenta un logro, pero no con otro que manifiesta lo vacío que se siente.
COMPETENCIA

La competencia es la capacidad del terapeuta para ayudar a sus clientes a resolver sus problemas y mejorar su confianza en sí mismos (sensación de dominio y control). Por lo tanto, en un sentido amplio, incluye todas las habilidades necesarias para ello, ya sean de autoconocimiento, de autocontrol, relacionales o técnicas. Aparte de las características personales, fruto de la propia
historia de desarrollo, la competencia de un terapeuta está directamente relacionada con su nivel de experiencia terapéutica (la cual se suele definir como número de años de práctica psicoterapéutica, aunque sería mejor definirla como el número de horas de trabajo con pacientes) y con su nivel de entrenamiento en la aplicación de programas específicos de tratamiento.
CONFIANZA
La confianza es la percepción del cliente de que el terapeuta trabajará para ayudarle y de que no le engañará o perjudicará de ningún modo. La confianza en el terapeuta está asociada a mejores resultados del tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). La confianza viene determinada por la percepción por parte del cliente de varias características del terapeuta: 1) competencia; 2) sinceridad (a la cual contribuyen la congruencia entre la comunicación verbal y no verbal, y la consistencia entre las palabras y los hechos); 3) motivos e intenciones del terapeuta (cuanto más claro tenga el cliente que es por sus intereses y no por los del terapeuta que este está trabajando, mayor será la credibilidad); 4) aceptación sin juicios de valor de las revelaciones del cliente; 5) cordialidad; 6) mantenimiento de la confidencialidad; 7) dinamismo y seguridad del terapeuta manifestados a través de los gestos, la mirada, el volumen, la entonación, el lenguaje vivo y la muestra de interés; y 8) respuestas no defensivas a las “pruebas de confianza” (Cormier y Cormier, 1991/1994; Goldstein y Myers, 1986).
ATRACCIÓN
Suele haber una correlación positiva entre la percepción de un terapeuta como atractivo y los resultados del tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). Los clientes infieren la atracción a través de la amabilidad y cordialidad del terapeuta y de la similitud de este con ellos (Cormier y Cormier, 1991/1994). La atracción puede ser física e interpersonal. La primera influye sobretodo en la fase inicial de la terapia, pero la segunda es mucho más importante que la primera a lo largo de todo el proceso. Contribuyen a la atracción interpersonal el contacto ocular, la disposición frontal del cuerpo, la sonrisa, asentir con la cabeza, la voz suave y modulada, las muestras de
comprensión, cierto grado de autorrevelación y acordar con el cliente qué objetivos se persiguen y qué se va a hacer en cada fase de la terapia.
GRADO DE DIRECTIVIDAD
La directividad viene definida por el grado en que se dan instrucciones, se proporciona información y retroalimentación, se hacen preguntas para obtener información, se ofrece ayuda específica, se estructuran y delimitan tareas, se anima a realizarlas, se desafían las ideas del paciente, etc. Tanto el exceso como el déficit de directividad son negativos. En el primer caso se dificulta que el cliente aprenda a ser más autónomo a la hora de analizar y modificar sus problemas. En el segundo, se priva al cliente de una ayuda que necesita para resolver sus problemas.
Se considerarán en este apartado otras características del terapeuta que favorecen la relación terapéutica: cordialidad, competencia, confianza, atracción y grado de directividad.
CORDIALIDAD
La cordialidad implica expresar verbal y no verbalmente interés y aprecio por el cliente y, cuando es oportuno, ánimo y aprobación. Conductas no verbales que contribuyen a la cordialidad son el contacto visual, las sonrisas, la expresión facial de interés, los asentimientos de cabeza, la voz suave y modulada, la postura relajada, la inclinación corporal hacia la otra persona, proximidad física y, según los casos, un grado discreto de contacto físico (p.ej., mano sobre brazo).
El contacto físico puede ser muy útil en momentos de estrés emocional, pero puede ser malinterpretado por los clientes. De aquí que, antes de usarlo, un terapeuta debe plantearse si va a ser para el beneficio del cliente o el suyo propio, si el nivel de confianza que tiene con el cliente lo aconseja y cómo va a percibir el cliente el contacto físico (¿como muestra de apoyo, como signo sexual o como algo incómodo o aversivo?). Es fundamental tener en cuenta que el comportamiento no verbal del terapeuta debe estar en consonancia con el clima de la terapia y el contexto de lo que está ocurriendo entre terapeuta y cliente; así, una sonrisa indica proximidad con un paciente que cuenta un logro, pero no con otro que manifiesta lo vacío que se siente.
COMPETENCIA

La competencia es la capacidad del terapeuta para ayudar a sus clientes a resolver sus problemas y mejorar su confianza en sí mismos (sensación de dominio y control). Por lo tanto, en un sentido amplio, incluye todas las habilidades necesarias para ello, ya sean de autoconocimiento, de autocontrol, relacionales o técnicas. Aparte de las características personales, fruto de la propia
CONFIANZA
La confianza es la percepción del cliente de que el terapeuta trabajará para ayudarle y de que no le engañará o perjudicará de ningún modo. La confianza en el terapeuta está asociada a mejores resultados del tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). La confianza viene determinada por la percepción por parte del cliente de varias características del terapeuta: 1) competencia; 2) sinceridad (a la cual contribuyen la congruencia entre la comunicación verbal y no verbal, y la consistencia entre las palabras y los hechos); 3) motivos e intenciones del terapeuta (cuanto más claro tenga el cliente que es por sus intereses y no por los del terapeuta que este está trabajando, mayor será la credibilidad); 4) aceptación sin juicios de valor de las revelaciones del cliente; 5) cordialidad; 6) mantenimiento de la confidencialidad; 7) dinamismo y seguridad del terapeuta manifestados a través de los gestos, la mirada, el volumen, la entonación, el lenguaje vivo y la muestra de interés; y 8) respuestas no defensivas a las “pruebas de confianza” (Cormier y Cormier, 1991/1994; Goldstein y Myers, 1986).
ATRACCIÓN
Suele haber una correlación positiva entre la percepción de un terapeuta como atractivo y los resultados del tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). Los clientes infieren la atracción a través de la amabilidad y cordialidad del terapeuta y de la similitud de este con ellos (Cormier y Cormier, 1991/1994). La atracción puede ser física e interpersonal. La primera influye sobretodo en la fase inicial de la terapia, pero la segunda es mucho más importante que la primera a lo largo de todo el proceso. Contribuyen a la atracción interpersonal el contacto ocular, la disposición frontal del cuerpo, la sonrisa, asentir con la cabeza, la voz suave y modulada, las muestras de
comprensión, cierto grado de autorrevelación y acordar con el cliente qué objetivos se persiguen y qué se va a hacer en cada fase de la terapia.
GRADO DE DIRECTIVIDAD
La directividad viene definida por el grado en que se dan instrucciones, se proporciona información y retroalimentación, se hacen preguntas para obtener información, se ofrece ayuda específica, se estructuran y delimitan tareas, se anima a realizarlas, se desafían las ideas del paciente, etc. Tanto el exceso como el déficit de directividad son negativos. En el primer caso se dificulta que el cliente aprenda a ser más autónomo a la hora de analizar y modificar sus problemas. En el segundo, se priva al cliente de una ayuda que necesita para resolver sus problemas.
jueves, 16 de marzo de 2017
ACTITUDES BÁSICAS DEL TERAPEUTA QUE FAVORECEN LA RELACIÓN
Tres actitudes fundamentales, ya señaladas por Rogers muchos años atrás, son la empatía, la
aceptación incondicional y la autenticidad. A estas tres actitudes puede añadirse la escucha activa, la cual es un elemento fundamental de la empatía. Estudios de diversas orientaciones terapéuticas y con diversos problemas (p.ej., trastornos de ansiedad, afectivos y maritales) han mostrado que existen asociaciones significativas positivas entre estas actitudes y los resultados del tratamiento (Keijsers, Schaap y Hoodguin, 2000). Estas asociaciones han sido más claras cuando se han considerado las actitudes del terapeuta tal como son evaluadas por los pacientes en vez de por los propios terapeutas o jueces independientes. Las calificaciones hechas por los clientes y las realizadas por terapeutas/jueces están sólo moderadamente correlacionadas.
ESCUCHA ACTIVA
Saber escuchar es fundamental en terapia. Al escuchar, a) se facilita que los clientes hablen sobre sí mismos y sus problemas y comuniquen información relevante; b) aumentan las probabilidades de comprender mejor al cliente; c) se potencia la relación terapéutica; d) se anima a los clientes a ser más responsables de su proceso de cambio y a ver al terapeuta más como un colaborador que como un experto; y e) es más probable que la intervención terapéutica tenga éxito. La escucha activa implica tres actividades: a) Recibir el mensaje, lo que implica atención e interés por el mismo. Hay que prestar atención a diversos aspectos del cliente: - Comunicación no verbal y vocal (apariencia, expresiones faciales, mirada, postura, orientación corporal, gestos, entonación, volumen, etc.) y cambios en esta. - Comunicación verbal: lo que dice y en qué momento, lo que dice implícitamente, las emociones explícitas o implícitas, lo que no dice (temas que evita, personas importantes que no menciona), los temas recurrentes (p.ej., autoexigencia), las contradicciones en que incurre. - Actitud hacia el terapeuta y la terapia. b) Procesar los datos atendidos, es decir, saber discriminar las partes importantes y establecer su significado. Aquí, los valores y creencias del terapeuta y las emociones que experimenta pueden conducirle a interpretar sesgadamente el mensaje, de modo que oiga lo que quiere escuchar. De aquí la importancia de que el terapeuta observe sus propios pensamientos y emociones en la sesión y los autorregule en caso necesario. c) Emitir respuestas de escucha. Entre estas, hay varias que se pueden manifestar mientras se escucha, tales como mirada amigable, asentimientos de cabeza, inclinación y orientación corporal hacia el cliente, expresión facial de interés y comentarios del tipo “ya veo”, “sí”, “entiendo”, “uhm”, “continúe, le escucho”. Además, una vez que el terapeuta interviene, comunica al cliente que le ha escuchado activamente mediante respuestas verbales de distinto tipo congruentes con lo que ha manifestado el cliente. Como se verá más adelante, son importantes aquí las clarificaciones, paráfrasis, reflejos y síntesis.
Algunos obstáculos para la escucha eficaz son (Cormier y Cormier, 1991/1994; Marinho, Caballo y Silveira, 2003): a) no tener interés por el cliente o sus problemas; b) la tendencia a juzgar los mensajes del cliente; c) experimentar reacciones emocionales ante el comportamiento del paciente (p.ej., ansiedad, frustración, enfado) que resulta difícil controlar; d) distracciones asociadas con las propias preocupaciones; e) interrumpir al cliente de forma innecesaria; f) no respetarlos temas que son importantes para el cliente; g) la tendencia a formular hipótesis firmes con pocos datos y a atender selectivamente a los datos que las confirman; h) la tentación de responder a la información que el cliente todavía no ha comunicado formulando preguntas antes de tiempo; i) realizar interpretaciones u ofrecer sugerencias de forma prematura; j) la presión que uno se impone para resolver problemas o encontrar respuestas; k) variables situacionales como el exceso de calor o frío, el ruido o la hora del día; y l) no encontrarse bien o sentirse cansado (p.ej., por exceso de trabajo o falta de sueño).
EMPATÍA
La empatía es la capacidad de: a) comprender a las personas desde su propio marco de referencia en vez del correspondiente al terapeuta, y b) saber comunicar a la persona interesada esta comprensión. La empatía implica en primer lugar entrar en el marco de referencia del cliente y comprender sus sentimientos, percepciones y acciones; es decir, ver las cosas no como son “objetivamente” o como las vería uno mismo de estar en el lugar del cliente, sino tal como el cliente las experimenta. En segundo lugar, es preciso comunicar al paciente la comprensión de los sentimientos y significados que expresa de modo manifiesto o latente. Ahora bien, lo importante es que el paciente llegue a sentirse comprendido.
La empatía, en su nivel más alto, implica no sólo comprender los pensamientos y sentimientos expresados por el cliente, sino también captar las implicaciones emocionales, cognitivas y conductuales que aquellos tienen en su vida. Es lo que se ha definido como comprender el significado más allá de lo que el paciente expresa (Ruiz y Villalobos, 1994).
La comunicación al cliente de la actitud empática se hace a través de diversos medios:
a) La escucha activa, la cual incluye las respuestas mencionadas en los siguientes puntos y el empleo de señales de que se está escuchando: mirada amigable, asentimientos de cabeza, inclinación y orientación corporal hacia el cliente, expresión facial de interés, comentarios del tipo “ya veo”, “sí”, “entiendo”, “uhm”. b) Tratar aquellos aspectos que son importantes para el cliente. c) La formulación de preguntas tendentes a clarificar lo que el cliente expresa. d) La utilización de paráfrasis y de síntesis o recapitulaciones. e) El empleo del reflejo. Este no consiste simplemente en repetir o parafrasear lo que ha dicho el cliente, sino que implica la expresión de los sentimientos del cliente, tanto de los directamente expresados por este como de los que permanecen a nivel preconsciente.
ACEPTACIÓN INCONDICIONAL
Se han distinguido varios componentes en la aceptación incondicional (Cormier y Cormier, 1991/1994; Goldstein y Myers, 1986):
- Compromiso hacia el cliente. El terapeuta demuestra su interés y disposición a ayudar al cliente. El terapeuta dedica un tiempo y sus habilidades y esfuerzos para comprender y ayudar al cliente; también se compromete en una relación en la cual dominan las necesidades e intereses del cliente, mientras que las exigencias personales del terapeuta quedan minimizadas. La preocupación por el cliente debe ser genuina (y no simulada; si este fuera el caso, habría que cambiar de terapeuta) y no rutinaria, y el cliente no debe sentirse agobiado ni culpable por la gran dedicación del otro.
- Esfuerzo por comprender. El terapeuta muestra este esfuerzo de varias maneras: escuchando atentamente, haciendo preguntas para obtener la visión del cliente sobre sí mismo, sus problemas y el mundo, verificando con el cliente las impresiones que ha obtenido de sus puntos de vista e indicando verbal y no verbalmente interés en comprender estos puntos de vista.
Tres actitudes fundamentales, ya señaladas por Rogers muchos años atrás, son la empatía, la
aceptación incondicional y la autenticidad. A estas tres actitudes puede añadirse la escucha activa, la cual es un elemento fundamental de la empatía. Estudios de diversas orientaciones terapéuticas y con diversos problemas (p.ej., trastornos de ansiedad, afectivos y maritales) han mostrado que existen asociaciones significativas positivas entre estas actitudes y los resultados del tratamiento (Keijsers, Schaap y Hoodguin, 2000). Estas asociaciones han sido más claras cuando se han considerado las actitudes del terapeuta tal como son evaluadas por los pacientes en vez de por los propios terapeutas o jueces independientes. Las calificaciones hechas por los clientes y las realizadas por terapeutas/jueces están sólo moderadamente correlacionadas.
ESCUCHA ACTIVA
Saber escuchar es fundamental en terapia. Al escuchar, a) se facilita que los clientes hablen sobre sí mismos y sus problemas y comuniquen información relevante; b) aumentan las probabilidades de comprender mejor al cliente; c) se potencia la relación terapéutica; d) se anima a los clientes a ser más responsables de su proceso de cambio y a ver al terapeuta más como un colaborador que como un experto; y e) es más probable que la intervención terapéutica tenga éxito. La escucha activa implica tres actividades: a) Recibir el mensaje, lo que implica atención e interés por el mismo. Hay que prestar atención a diversos aspectos del cliente: - Comunicación no verbal y vocal (apariencia, expresiones faciales, mirada, postura, orientación corporal, gestos, entonación, volumen, etc.) y cambios en esta. - Comunicación verbal: lo que dice y en qué momento, lo que dice implícitamente, las emociones explícitas o implícitas, lo que no dice (temas que evita, personas importantes que no menciona), los temas recurrentes (p.ej., autoexigencia), las contradicciones en que incurre. - Actitud hacia el terapeuta y la terapia. b) Procesar los datos atendidos, es decir, saber discriminar las partes importantes y establecer su significado. Aquí, los valores y creencias del terapeuta y las emociones que experimenta pueden conducirle a interpretar sesgadamente el mensaje, de modo que oiga lo que quiere escuchar. De aquí la importancia de que el terapeuta observe sus propios pensamientos y emociones en la sesión y los autorregule en caso necesario. c) Emitir respuestas de escucha. Entre estas, hay varias que se pueden manifestar mientras se escucha, tales como mirada amigable, asentimientos de cabeza, inclinación y orientación corporal hacia el cliente, expresión facial de interés y comentarios del tipo “ya veo”, “sí”, “entiendo”, “uhm”, “continúe, le escucho”. Además, una vez que el terapeuta interviene, comunica al cliente que le ha escuchado activamente mediante respuestas verbales de distinto tipo congruentes con lo que ha manifestado el cliente. Como se verá más adelante, son importantes aquí las clarificaciones, paráfrasis, reflejos y síntesis.
Algunos obstáculos para la escucha eficaz son (Cormier y Cormier, 1991/1994; Marinho, Caballo y Silveira, 2003): a) no tener interés por el cliente o sus problemas; b) la tendencia a juzgar los mensajes del cliente; c) experimentar reacciones emocionales ante el comportamiento del paciente (p.ej., ansiedad, frustración, enfado) que resulta difícil controlar; d) distracciones asociadas con las propias preocupaciones; e) interrumpir al cliente de forma innecesaria; f) no respetarlos temas que son importantes para el cliente; g) la tendencia a formular hipótesis firmes con pocos datos y a atender selectivamente a los datos que las confirman; h) la tentación de responder a la información que el cliente todavía no ha comunicado formulando preguntas antes de tiempo; i) realizar interpretaciones u ofrecer sugerencias de forma prematura; j) la presión que uno se impone para resolver problemas o encontrar respuestas; k) variables situacionales como el exceso de calor o frío, el ruido o la hora del día; y l) no encontrarse bien o sentirse cansado (p.ej., por exceso de trabajo o falta de sueño).
EMPATÍA
La empatía es la capacidad de: a) comprender a las personas desde su propio marco de referencia en vez del correspondiente al terapeuta, y b) saber comunicar a la persona interesada esta comprensión. La empatía implica en primer lugar entrar en el marco de referencia del cliente y comprender sus sentimientos, percepciones y acciones; es decir, ver las cosas no como son “objetivamente” o como las vería uno mismo de estar en el lugar del cliente, sino tal como el cliente las experimenta. En segundo lugar, es preciso comunicar al paciente la comprensión de los sentimientos y significados que expresa de modo manifiesto o latente. Ahora bien, lo importante es que el paciente llegue a sentirse comprendido.
La empatía, en su nivel más alto, implica no sólo comprender los pensamientos y sentimientos expresados por el cliente, sino también captar las implicaciones emocionales, cognitivas y conductuales que aquellos tienen en su vida. Es lo que se ha definido como comprender el significado más allá de lo que el paciente expresa (Ruiz y Villalobos, 1994).
La comunicación al cliente de la actitud empática se hace a través de diversos medios:
a) La escucha activa, la cual incluye las respuestas mencionadas en los siguientes puntos y el empleo de señales de que se está escuchando: mirada amigable, asentimientos de cabeza, inclinación y orientación corporal hacia el cliente, expresión facial de interés, comentarios del tipo “ya veo”, “sí”, “entiendo”, “uhm”. b) Tratar aquellos aspectos que son importantes para el cliente. c) La formulación de preguntas tendentes a clarificar lo que el cliente expresa. d) La utilización de paráfrasis y de síntesis o recapitulaciones. e) El empleo del reflejo. Este no consiste simplemente en repetir o parafrasear lo que ha dicho el cliente, sino que implica la expresión de los sentimientos del cliente, tanto de los directamente expresados por este como de los que permanecen a nivel preconsciente.
ACEPTACIÓN INCONDICIONAL
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- Compromiso hacia el cliente. El terapeuta demuestra su interés y disposición a ayudar al cliente. El terapeuta dedica un tiempo y sus habilidades y esfuerzos para comprender y ayudar al cliente; también se compromete en una relación en la cual dominan las necesidades e intereses del cliente, mientras que las exigencias personales del terapeuta quedan minimizadas. La preocupación por el cliente debe ser genuina (y no simulada; si este fuera el caso, habría que cambiar de terapeuta) y no rutinaria, y el cliente no debe sentirse agobiado ni culpable por la gran dedicación del otro.
- Esfuerzo por comprender. El terapeuta muestra este esfuerzo de varias maneras: escuchando atentamente, haciendo preguntas para obtener la visión del cliente sobre sí mismo, sus problemas y el mundo, verificando con el cliente las impresiones que ha obtenido de sus puntos de vista e indicando verbal y no verbalmente interés en comprender estos puntos de vista.
MOTIVACIONES ASOCIADAS CON LA PROFESIÓN DE TERAPEUTA
Basándose en encuestas a psicoterapeutas profesionales, Guy (1993, citado en Feixas y Miró, 1993) ha enumerado varias motivaciones funcionales y disfuncionales asociadas con la elección de la profesión de psicoterapeuta.
Motivaciones funcionales
- Interés natural por la gente y curiosidad sobre sí mismos y los demás.
- Capacidad de escuchar e interés en ello.
- Capacidad de conversar e interés en ello.
- Empatía y comprensión.
- Conocimiento y aceptación de las propias emociones, positivas y negativas.
- Capacidad de introspección.
- Capacidad de negación de las gratificaciones personales (las cuales hay que supeditar a las de los clientes).
- Tolerancia a la ambigüedad, es decir, capacidad para soportar lo desconocido, las respuestas parciales y las respuestas incompletas.
- Paciencia y cariño hacia los demás y aceptación de las personas tal como son.
- Tolerancia a la intimidad profunda.
- Satisfacción por tener poder e influencia sobre otras personas, pero sin caer ni en el abuso ni en la sensación de omnipotencia.
- Capacidad de tomarse las cosas con humor.
Motivaciones disfuncionales
- Deseo de comprenderse mejor a sí mismo y de superar los propios problemas personales. Si estos no se han resuelto cuando se empieza a ejercer, pueden interferir con el desarrollo de la terapia.
- Deseo de ayudar a otros a superar problemas no superados en la propia vida.
- Deseo de superar la sensación de soledad mediante el contacto con otras personas (los clientes) en un marco estructurado y seguro.
- Deseo y abuso de poder que lleva a no respetar la autonomía de los pacientes.
- Necesidad desmesurada de dar amor o de sentirse amado.
- Deseo de rebelarse contra la autoridad. Esto puede hacerse sin problemas en el marco seguro de la terapia, pero puede conducir a recomendar a los pacientes cosas contrarias a sus intereses.
HABILIDADES TERAPEUTICAS DEL PSICOLOGO
CARACTERÍSTICAS PERSONALES GENERALES PARA SER TERAPEUTA:
Tener un interés sincero por las personas y su bienestar; esto implica no tratar de obtener beneficios personales y no anteponer las propias satisfacciones a las necesidades del cliente. Así pues, hay que evitar: a) El voyerismo, esto es, las indagaciones dirigidas básicamente a la satisfacción de la curiosidad personal. b) El abuso de poder. El poder y la autoridad inherentes al rol de terapeuta no deben usarse con el fin de mostrar la propia superioridad sobre el cliente o influir en las decisiones y valores del paciente más allá de los objetivos terapéuticos. c) La auto terapia o centrarse en aquellos problemas de los pacientes que tienen que ver con dificultades personales del terapeuta independientemente del impacto que tengan en la vida del cliente.
- Saber y aceptar que hay estilos de vida diferentes, todos ellos respetables y creer en que todas las personas tienen aspectos positivos que pueden desarrollar.
- Autoconocimiento. Conocer cuáles son los propios recursos y limitaciones tanto personales como técnicos. Limitaciones personales serían temor al fracaso, necesidad excesiva de control, necesidad de aprobación, creencia en que los propios valores son los más adecuados, etc. Estas limitaciones pueden conducir a comportamientos antiterapéuticos tales como evitar aspectos conflictivos, tratar sólo los aspectos más superficiales del problema, dominar las sesiones, enfadarse con los clientes que no cumplen, evitar el uso de confrontaciones, satisfacer las necesidades de dependencia de los clientes, tratar de imponer el propio sistema de valores, etc.
- Autorregulación. El autoconocimiento debe ir acompañado bien de una autorregulación suficiente para que los propios problemas y dificultades no interfieran en el tratamiento bien de la derivación de aquellos pacientes que las limitaciones propias no permiten tratar adecuadamente. Si las limitaciones son importantes, un terapeuta debe buscar tratamiento
para las mismas.
Una aplicación importante del autoconocimiento es que el terapeuta sepa detectar cuándo experimenta fuertes reacciones emocionales en respuesta a sus pacientes (lo que otros autores denominan contratransferencia; Freeman, 2001; Leahy, 2001). Todo terapeuta debe ser sensible a sus procesos internos y a los procesos de interacción durante la terapia, analizar sus propias motivaciones y reacciones internas e impedir que influyan negativamente en la terapia. Si a pesar de todo persiste una intensa implicación emocional positiva o negativa con el paciente, puede derivarse este a otro terapeuta.
Algunos programas de formación de terapeutas ofrecen a estos la posibilidad o la obligación de realizar terapia personal, aunque no se ha demostrado que haber realizado dicho tipo de terapia conduzca a mejores resultados posteriormente en el tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). De todos modos, quizá una variable mediadora importante sea la razón o razones por las que un terapeuta busca terapia personal. Sería interesante que los programas de formación de terapeutas incluyeran módulos opcionales de desarrollo personal (p.ej., para aumentar el autoconocimiento y mejorar cualidades personales, habilidades sociales y manejo del estrés) y que, aparte de estos módulos, aquellos que lo necesiten busquen la ayuda de otro profesional (p.ej., en caso de manejo de reacciones emocionales hacia ciertos pacientes, abuso de poder, crisis personales).
- Tener un buen ajuste psicológico general, aunque esto no quiere decir que el ajuste deba ser total. En términos generales, una buena salud mental por parte del terapeuta va asociada a mejores resultados del tratamiento.
- Experiencia vital. Una amplia experiencia vital, ya sea por experiencia directa o vicaria, facilita la comprensión de los sentimientos y vivencias de los pacientes y la búsqueda de soluciones a los problemas de estos. Ciertas experiencias vitales recientes (divorcio, depresión, crisis de pánico) pueden hacer aconsejable no tratar a pacientes con problemas parecidos debido a posibles efectos de interferencia.
- Conocimiento de contextos socioculturales diversos. Conviene que el terapeuta conozca las normas y valores de los contextos socioculturales de sus pacientes, ya que pueden influir en los problemas de estos o en la fijación de los objetivos terapéuticos. Un conocimiento directo de todos los contextos es imposible, por lo que habrá que basarse en las informaciones proporcionadas por los pacientes, por personas de su entorno y por posibles publicaciones al respecto.
- Haber recibido una buena formación teórica y práctica y confiar en su propia habilidad y técnicas terapéuticas.
- Energía y persistencia. Hacer terapia cansa física y emocionalmente, por lo que se requiere una buena dosis de energía. Es probable que los terapeutas pasivos y con poca energía inspiren poca confianza y seguridad a sus clientes. Por otra parte, el logro de resultados terapéuticos requiere tiempo, por lo que se necesita paciencia y persistencia.
- Flexibilidad. Un terapeuta debe saber adaptar sus métodos y técnicas a los problemas y características de cada cliente. Además, debe estar abierto a la adquisición de nuevas competencias.
- Cumplimiento de principios éticos y profesionales establecidos en el código deontológico de la profesión. Por ejemplo, la confidencialidad (con las excepciones de maltrato a menores o peligro del cliente para sí mismo u otros), la derivación del paciente cuando se carece de habilidad en la problemática de mismo, la búsqueda de supervisión en el caso de terapeutas principiantes y la evitación de las denominadas relaciones duales (económicas, sexuales, sociales, etc.) paralelas a las terapéuticas.
- Saber y aceptar que hay estilos de vida diferentes, todos ellos respetables y creer en que todas las personas tienen aspectos positivos que pueden desarrollar.
- Autoconocimiento. Conocer cuáles son los propios recursos y limitaciones tanto personales como técnicos. Limitaciones personales serían temor al fracaso, necesidad excesiva de control, necesidad de aprobación, creencia en que los propios valores son los más adecuados, etc. Estas limitaciones pueden conducir a comportamientos antiterapéuticos tales como evitar aspectos conflictivos, tratar sólo los aspectos más superficiales del problema, dominar las sesiones, enfadarse con los clientes que no cumplen, evitar el uso de confrontaciones, satisfacer las necesidades de dependencia de los clientes, tratar de imponer el propio sistema de valores, etc.
- Autorregulación. El autoconocimiento debe ir acompañado bien de una autorregulación suficiente para que los propios problemas y dificultades no interfieran en el tratamiento bien de la derivación de aquellos pacientes que las limitaciones propias no permiten tratar adecuadamente. Si las limitaciones son importantes, un terapeuta debe buscar tratamiento
para las mismas.
Una aplicación importante del autoconocimiento es que el terapeuta sepa detectar cuándo experimenta fuertes reacciones emocionales en respuesta a sus pacientes (lo que otros autores denominan contratransferencia; Freeman, 2001; Leahy, 2001). Todo terapeuta debe ser sensible a sus procesos internos y a los procesos de interacción durante la terapia, analizar sus propias motivaciones y reacciones internas e impedir que influyan negativamente en la terapia. Si a pesar de todo persiste una intensa implicación emocional positiva o negativa con el paciente, puede derivarse este a otro terapeuta.
Algunos programas de formación de terapeutas ofrecen a estos la posibilidad o la obligación de realizar terapia personal, aunque no se ha demostrado que haber realizado dicho tipo de terapia conduzca a mejores resultados posteriormente en el tratamiento (Beutler, Machado y Neufeldt, 1994). De todos modos, quizá una variable mediadora importante sea la razón o razones por las que un terapeuta busca terapia personal. Sería interesante que los programas de formación de terapeutas incluyeran módulos opcionales de desarrollo personal (p.ej., para aumentar el autoconocimiento y mejorar cualidades personales, habilidades sociales y manejo del estrés) y que, aparte de estos módulos, aquellos que lo necesiten busquen la ayuda de otro profesional (p.ej., en caso de manejo de reacciones emocionales hacia ciertos pacientes, abuso de poder, crisis personales).
- Tener un buen ajuste psicológico general, aunque esto no quiere decir que el ajuste deba ser total. En términos generales, una buena salud mental por parte del terapeuta va asociada a mejores resultados del tratamiento.
- Experiencia vital. Una amplia experiencia vital, ya sea por experiencia directa o vicaria, facilita la comprensión de los sentimientos y vivencias de los pacientes y la búsqueda de soluciones a los problemas de estos. Ciertas experiencias vitales recientes (divorcio, depresión, crisis de pánico) pueden hacer aconsejable no tratar a pacientes con problemas parecidos debido a posibles efectos de interferencia.
- Conocimiento de contextos socioculturales diversos. Conviene que el terapeuta conozca las normas y valores de los contextos socioculturales de sus pacientes, ya que pueden influir en los problemas de estos o en la fijación de los objetivos terapéuticos. Un conocimiento directo de todos los contextos es imposible, por lo que habrá que basarse en las informaciones proporcionadas por los pacientes, por personas de su entorno y por posibles publicaciones al respecto.
- Haber recibido una buena formación teórica y práctica y confiar en su propia habilidad y técnicas terapéuticas.
- Energía y persistencia. Hacer terapia cansa física y emocionalmente, por lo que se requiere una buena dosis de energía. Es probable que los terapeutas pasivos y con poca energía inspiren poca confianza y seguridad a sus clientes. Por otra parte, el logro de resultados terapéuticos requiere tiempo, por lo que se necesita paciencia y persistencia.
- Flexibilidad. Un terapeuta debe saber adaptar sus métodos y técnicas a los problemas y características de cada cliente. Además, debe estar abierto a la adquisición de nuevas competencias.
- Cumplimiento de principios éticos y profesionales establecidos en el código deontológico de la profesión. Por ejemplo, la confidencialidad (con las excepciones de maltrato a menores o peligro del cliente para sí mismo u otros), la derivación del paciente cuando se carece de habilidad en la problemática de mismo, la búsqueda de supervisión en el caso de terapeutas principiantes y la evitación de las denominadas relaciones duales (económicas, sexuales, sociales, etc.) paralelas a las terapéuticas.
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